A un perro y a una muela del juicio.
Ayer, a pesar de lo pavoso que es la fecha del 17 de
diciembre, me tocaba escribir una nueva entrada en este blog.
Sabio, fue aquel quien acuñara la máxima: “Sí quieres hacer reír
a Dios, haz un plan”.
Tenía que visitar en la mañana a un perro de mis hijos, American Bull dog, llamado
“Dexter”. Pero antes de levantarme, me llamó una prima, médico veterinario que
era hija de uno de mis ídolos desde mi niñez, un tío, piloto de Canberra y
otros bombarderos, ingeniero civil, que me precedió en la carrera militar en
Venezuela y que fue y es para mí, un norte como ejemplo.
Dexter estaba mal.
Mi bruxismo, bendición para todo piloto caza y maldición
para todo el que no lo es, incluso para los cazadores cuando dejan de serlo,
había provocado un desagradable dolor, leve pero continúo. Era en una muela de
juicio.
Fui al veterinario y le hicimos los exámenes de sangre a
Dexter y una radiografía. Una cantidad de líquido en el torax oprimía su
corazón y no lo dejaba respirar bien. El diagnostico era malo. Mi prima me dijo
que buscara una segunda y tercera opinión.
Lo hice. Los eufemismos verbales fueron los mismos y mi
prima no los pronunció, para ahorrarse tal vez el más rato, para ahorrármelo a mí,
o a lo mejor para ahorrárnoslos los dos. Me parecía oír al “Doctor” Mengele, al
“Doctor” Heim o a los “doctores” Holzlohner y Rascher. Con una cháchara pseudo
científica, pseudo moralista, con una mezcla de infomercial evangélico, de que “hay
que escoger los más barato y cómodo, porque la vida es así”. ¡Para qué luchar!
¡Para qué combatir!
Después salí al otro extremo de la ciudad para ir al
dentista. La noticia era mala por las circunstancias del día, ajenas a la
odontología y a los dentistas, pero había que hacer una extracción de una vez.
Estaba el cirujano y la hizo en cuestión de segundos. Excelente, pero el tráfico
de regreso, la incivilidad, los problemas del perro, en fin todo conspiraba
contra la actitud que hay que tener de responsabilidad de escribir en un blog.
Llegué a la casa, y aunque gracias a Dios, la nevera estaba llena, yo no veía nada que comer,
aunque mi esposa se ofrecía a prepararme algo apropiado, la gasa que tenía que
morder, el sabor a sangre y todo lo sucedido el resto de la jornada, me llevaba
a responder en monosílabos y todavía me faltaba esperar la llamada de mi prima,
sobre los veterinarios que yo necesitaba, y que cumplieran con mis
requerimientos: que no fueran nacional socialistas, que se adaptaran a las
condiciones de no echarles a perder la navidad a mis hijos, ni hacer sufrir a
Dexter y todo dentro de las posibilidades económicas de un oficial retirado.
¡Para qué voy a escribir nada ahora! ¡Total, es mi blog!
¡Para qué voy a comer nada!
¡Total, a mí nunca me ha gustado la navidad ni ninguna
celebración del solsticio de invierno!
Etc, etc, etc.
Por fin llegó la llamada y contacté al doctor, este me dijo
lo que se podía hacer dentro de la situación y me hizo ver su punto de vista,
lo que se facilitó, gracias a la predisposición de él a observar primero, a
través de las coordenadas mías. Íbamos a luchar por un día más, primero, por
una semana más, después y si Dios así lo
disponía, luego iríamos por un mes. Era más de lo que podía esperar y estaba
claro lo que los hombres podíamos hacer, pero para un perro tan bueno como
Dexter tarde o temprano tenía que reunirse con su verdadero dueño: podía ser
San Francisco de Asís, San Lázaro o mejor aún con Yudistira, porque es un perro
que si bien no ha escrito una saga ni recitado un verso, ha cumplido con muchas
de las cosas que hacen sublime lo humano, sin caer jamás, en la parte ridícula,
inevitable de esa misma condición. Un perro tan bueno, que ha sido un disuasor
y a nadie ha tenido que morder.
Vi que había cosas que por hacer, para mejorar la situación.
Descubrí un cuarto de litro de helado de café en el congelador, que no me dolía
nada, que no tenía hemorragia y que mi esposa se había esforzado, a pesar de su
trabajo por hacerme más llevaderas todas las cosas.
Cuando decidí ir a acostarme y retomé el control remoto del
televisor, al darle las gracias a mi Rebeca, ella sólo me preguntó:
-¿Te tienen que sacar las otras muelas de juicio?
-No sé, no pregunté. Creo que no.
-Bueno, si no hace falta, no te las saques.
Y se durmió.
Empecé a pasar canales, ¡zap¡, ¡Zap!, ¡Zap!
Vi uno, en un canal “cultural” de unas personas que se
subastan depósitos de cosas que la gente deja y que no reclama, y que después
de pujar, comprar y revisan y se felicitan de sus ganancias. Sin mediar el
desenlace de la vida del anterior dueño, ni la razón de haber perdido sus
cosas, el fin a donde llegó su vida, queda en puntos suspendidos. ¡Qué va!, lo
cambié. Me estaba entrando sueño.
Llegué a otro canal donde una culebra se estaba comiendo un chigüire
entero, de una vez, ¡Qué va! Lo cambié, llegué a otro, donde los alemanes del III
Reich desfilaban con la Torre Eiffel de fondo, también lo cambié. Tenía cada
vez más sueño.
¡Cómo los franceses iban a parar a los nazis si el Dewoitine
más avanzado tenía el acelerador al revés! Para dar potencia, había que moverlo
para atrás y para quitarle, darle para adelante.
Quedándome dormido, entendí que el blog no es mío, sino de
la gente que lo lee. Que Dexter no sólo era importante para mis hijos, sino que
para mí también, que no hay aviación de caza sin perros y gatos, que los
mejores pilotos pelean como perros fieles y no al revés. Que no importa tanto
mi opinión de las celebraciones del solsticio de invierno, sino la de las
personas que me quieren bien. Que hubo pilotos franceses que hicieron lo mejor
por su país y por el mundo y que dieron sus vidas sin pestañar. Inclusive,
antes de que hubiera televisión por suscripción, hubo un piloto, un héroe francés, que vio una boa comiéndose un elefante y nos
lo narró, sorprendiéndonos todavía, sesenta o setenta años después.
Traté de ordenar unas letras y unas palabras para una
entrada de navidad, al borde oscuro donde se pierde el control del pensamiento,
les di gracias a Dios y a las personas que lucharon conmigo y a Dexter por un
día más. Pero rebotaba en mi mente el último acertijo de la noche:
¿Qué habría querido decir mi magnífica esposa con eso de :
-Bueno, si no hace falta, no te las saques.
Es increíble cómo se ven las cosas, en la frontera del mundo
de los sueños. Cuando se apoya la cabeza en la almohada de la esperanza.
Martín Lon Blanco.
Caracas, 18 de diciembre
de 2014.
Este escrito, con depurada y divertida tecnica, con humor muy fino y sin dejar de tocar lo importante en una encantadora mixtura con lo mundane es el verdadero compromise adquirido con los que lo leemos....el aprendizaje ha sido acelerado y le doy la mas cordial bienvenida a este mundo de escritores que hemos perdido la muela del juicio...yo si se lo que quiso decir Rebeca jajaja
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