MI CUENTO SIN CUENTOS DE NAVIDAD.
Todo país y toda cultura tienen un gran escritor. España y
el castellano tienen a Cervantes, Italia y el Italiano tienen a Dante, Portugal y
el portugués tienen a Camoens, Alemania y
el alemán tienen a Goethe y así como
tantos idiomas y países hay. Pero Inglaterra y el inglés no sólo tienen a
Shakespeare, tienen a Dickens también.
¿Quién puede competir con Dickens con un cuento de navidad?
Aparte de esas virtudes, le corresponde a Charles Dickens en
honor de haber salvado con sus obras, a más pobres y desamparados que toda
revolución o reacción que hayan existido hasta ahora. Fue un tipo ambidiestro
haciendo el bien.
Sin embargo, pensando en Venezuela y en la Fuerza Aérea
Venezolana en la que serví, acepté el desafío y aparte de mi microscópico
talento comparado con el de Dickens que es astronómico, el primer problema
consistió en desmontarme de un avión pintado de camuflaje y abordar uno con
colores más navideños. Para compensar la asimetría de talentos decidí
corregirla con memorias y recuerdos reales que cubrieran con algo de gloria
ajena, mi falta de imaginación y el hecho real relatar las acciones de los
protagonistas, me eximió de la difícil creación de personajes, una de las
virtudes de la estrella a emular. ¿Quién no sabe quién era Ebenezer Scrooge?
¿Quién no sabe quién es Oliver Twist?
Esta vez la historia comienza un 24 de diciembre de 1980, en
la Base Aérea Mariscal Sucre, en un avión bello y noble, rojo y blanco. En un T-2D.
Iba a recibir la guardia ese día, cosa que por primera vez
en mi vida me importaba. Porque esas navidades eran las del año que habían
cambiado mi vida para siempre, esas iban a ser las primeras que iba a pasar
como padre y mis padres como abuelos. La bendición de bendiciones y yo tenía
que estar lejos de ellos, cumpliendo con mi deber.
Le iba a recibir la guardia a un gran superior y amigo, el
Teniente Ítalo Di Sabatino Rojas y cuando llegué para el relevo, el jefe de
servicios de Base por orden del Director de la EAM, le ordenó al gran “Kahuna”,
que tenía que trasladar de inmediato y con urgencia, una insulina
especialísima, para un niño que estaba grave en un hospital de Maracaibo. Mi noble
amigo Isnaldo, quien tenía su novia en la tierra del sol amada y haber estado
bastante tiempo en la Base Rafael Urdaneta, iba a hacer una gran y noble acción
y además como premio se iba ahorrar las horas de carretera y de paso anotarse
unas horitas de vuelo más.
Pero algo malo había pasado en el comedor de oficiales la
noche anterior y el italiano, ávaro como yo de horas de vuelo, me dijo que
estaba indispuesto y que cumpliera la misión yo.
Bueno, eso era mejor que la guardia. Llegó un vehículo con
una caja con hielo seco que se aseguró en el asiento de la cabina trasera. Hice
el plan de vuelo, encendí los motores, pista 28 y salí raudo y veloz. La
meteorología advertía de tiempos regulares, que irían poniéndose peor a lo
largo del día.
Llegué a Maracaibo, la Torre ya sabía para lo que iba y me
dio prioridad. Aterricé y me dirigí a la rampa de la Base, atestada de los
aguerridos OV-10, sólo faltaban los que estaban en las fronteras.
En la misma rampa estaba esperando el General Arturo Rivera
Fernández y tres adultos más. Un jefe de pista me puso las calas y apagué los
motores, puse los pines y procedí a sacar la insulina. Saludé al general quien
me dispensó un trato que nunca me había dado antes cuando era Comandante del
Grupo de Cadetes de la EAM y hacia quien yo albergaba amargos recuerdos y
resentimientos.
Le entregué la insulina y el me presentó a los padres del
niño y a un abuelo. Este último puso una rodilla en tierra y me besó la mano
que les había extendido y que yo había dejado enguantada para sólo saludar
militarmente a mi general.
Ese gesto, producto de la preocupación, el miedo, el
agradecimiento y ese tremendo tipo de amor filial elevado al cubo que sólo un
abuelo puede sentir y dar, me golpeó el corazón y la mente, más fuerte que
Miolnir, el martillo de Tor o de Viggen el rayo de Odín.
Pero esa no era el tipo de insulina. El tic tac del reloj presagiaba
malas cosas, había que buscar la
insulina correcta.
Quisiera continuar, pero lo dejaré hoy hasta aquí. No debo
transgredir los consejos de los maestros.
Martín Lon Blanco.
Caracas, 22 de diciembre
de 2014.
P.S. Feliz cumpleaños amada Nicole.
BELLA CANCIÓN.
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