martes, 23 de diciembre de 2014

Mi cuento sin cuentos de navidad PARTE I


MI CUENTO SIN CUENTOS DE NAVIDAD.



Todo país y toda cultura tienen un gran escritor. España y el castellano tienen a Cervantes, Italia y el Italiano tienen a Dante, Portugal y el  portugués tienen a Camoens, Alemania y el alemán tienen a Goethe  y así como tantos idiomas y países hay. Pero Inglaterra y el inglés no sólo tienen a Shakespeare, tienen a Dickens también.
¿Quién puede competir con Dickens con un cuento de navidad?
Aparte de esas virtudes, le corresponde a Charles Dickens en honor de haber salvado con sus obras, a más pobres y desamparados que toda revolución o reacción que hayan existido hasta ahora. Fue un tipo ambidiestro haciendo el bien.
Sin embargo, pensando en Venezuela y en la Fuerza Aérea Venezolana en la que serví, acepté el desafío y aparte de mi microscópico talento comparado con el de Dickens que es astronómico, el primer problema consistió en desmontarme de un avión pintado de camuflaje y abordar uno con colores más navideños. Para compensar la asimetría de talentos decidí corregirla con memorias y recuerdos reales que cubrieran con algo de gloria ajena, mi falta de imaginación y el hecho real relatar las acciones de los protagonistas, me eximió de la difícil creación de personajes, una de las virtudes de la estrella a emular. ¿Quién no sabe quién era Ebenezer Scrooge? ¿Quién no sabe quién es Oliver Twist?
Esta vez la historia comienza un 24 de diciembre de 1980, en la Base Aérea Mariscal Sucre, en un avión bello y noble, rojo y blanco. En un T-2D.
Iba a recibir la guardia ese día, cosa que por primera vez en mi vida me importaba. Porque esas navidades eran las del año que habían cambiado mi vida para siempre, esas iban a ser las primeras que iba a pasar como padre y mis padres como abuelos. La bendición de bendiciones y yo tenía que estar lejos de ellos, cumpliendo con mi deber.
Le iba a recibir la guardia a un gran superior y amigo, el Teniente Ítalo Di Sabatino Rojas y cuando llegué para el relevo, el jefe de servicios de Base por orden del Director de la EAM, le ordenó al gran “Kahuna”, que tenía que trasladar de inmediato y con urgencia, una insulina especialísima, para un niño que estaba grave en un hospital de Maracaibo. Mi noble amigo Isnaldo, quien tenía su novia en la tierra del sol amada y haber estado bastante tiempo en la Base Rafael Urdaneta, iba a hacer una gran y noble acción y además como premio se iba ahorrar las horas de carretera y de paso anotarse unas horitas de vuelo más.
Pero algo malo había pasado en el comedor de oficiales la noche anterior y el italiano, ávaro como yo de horas de vuelo, me dijo que estaba indispuesto y que cumpliera la misión yo.
Bueno, eso era mejor que la guardia. Llegó un vehículo con una caja con hielo seco que se aseguró en el asiento de la cabina trasera. Hice el plan de vuelo, encendí los motores, pista 28 y salí raudo y veloz. La meteorología advertía de tiempos regulares, que irían poniéndose peor a lo largo del día.
Llegué a Maracaibo, la Torre ya sabía para lo que iba y me dio prioridad. Aterricé y me dirigí a la rampa de la Base, atestada de los aguerridos OV-10, sólo faltaban los que estaban en las fronteras.
En la misma rampa estaba esperando el General Arturo Rivera Fernández y tres adultos más. Un jefe de pista me puso las calas y apagué los motores, puse los pines y procedí a sacar la insulina. Saludé al general quien me dispensó un trato que nunca me había dado antes cuando era Comandante del Grupo de Cadetes de la EAM y hacia quien yo albergaba amargos recuerdos y resentimientos.
Le entregué la insulina y el me presentó a los padres del niño y a un abuelo. Este último puso una rodilla en tierra y me besó la mano que les había extendido y que yo había dejado enguantada para sólo saludar militarmente a mi general.
Ese gesto, producto de la preocupación, el miedo, el agradecimiento y ese tremendo tipo de amor filial elevado al cubo que sólo un abuelo puede sentir y dar, me golpeó el corazón y la mente, más fuerte que Miolnir, el martillo de Tor o de Viggen el rayo de Odín.
Pero esa no era el tipo de insulina. El tic tac del reloj presagiaba  malas cosas, había que buscar la insulina correcta.
Quisiera continuar, pero lo dejaré hoy hasta aquí. No debo transgredir los consejos de los maestros.


Martín Lon Blanco.
Caracas, 22 de diciembre de 2014.
P.S. Feliz cumpleaños amada Nicole.

BELLA CANCIÓN.


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