10 DE DICIEMBRE DE 1992.
Desde temprano
empecé a recibir mensajes de amantes de la aviación, para saber que tenía que
decir hoy.
Tuve
que apagar el teléfono para presentar un examen y después no encendió.
Traté
de dormir una siesta y me llamaron otra vez.
No tenía
idea de la responsabilidad que tomé con el blog, ante la conminación bien
intencionada de mi amigo Bernardo Jurado, quien como su padre, quien hiciese el
curso de Estado Mayor en la Escuela Superior de Fuerza Aérea, ha sido un amante
consecuente de la Aviación a pesar de ambos mantenerse casados con una amante
que siempre tuve: la Armada de Venezuela.
Me
provocó no escribir nada, pero era permitir que el peso de los años ejerciera
su excesiva presión sobre el espíritu y no sólo el mío, sino de aquellos que
por tantos años, han compartido por tanto tiempo mis sentimientos.
Revisando
unos papeles, arrastrando los pies para no hacer nada, me encontré con unas “obras
de arte” militar, que se salvaron junto con las carreras de quienes las hacían
por una orden directa de un gran comandante de grupo bajo me cupo el inmenso honor de servir: Tucán. General
Pedro Antonio Pereira Olivares. Quien me prohibió destruirlas ni arrestar al
entonces ST2 Adán Suárez “El Evangélico”, o de mi controlador de tiempo y auxiliar
de operaciones: Manitú.
Esa
caricatura se hizo en la última práctica antes del 27 de noviembre de 1992.
Debo
aclarar que nunca fui amigo de los desfiles aéreos, consideraba que eran un
gasto considerable de recursos, tiempo y esfuerzos, lo mismo que los desfiles
del 5 de julio. Prefería gastar todo eso en entrenamiento más real o en
acciones cívicas, sobre todo en la misiones del sur.
Pero
como “al que no le gusta el caldo, Dios le da dos tasos”, a lo largo de mi
carrera, fui Jefe de Operaciones de esos desfiles y jefe de Estado Mayor de los
mismos, muchas veces, tantas que me es más fácil recordar qué años no.
En esa
oportunidad, el Jefe de Estado Mayor era
el Coronel Arturo García y el suscrito, jefe de Operaciones. La caricatura que
presento puede ser que la haya hecho el entonces Tcnel Marcos Figarella Ehlers,
sino fueron los subalternos antes nombrados, amigo que siempre me retrató desde el Curso
Táctico, donde tuve el honor de cursarlo con él.
Ese 10
de diciembre no se voló en Maracay, como se tenía planeado, hubo que hacer otra
Orden de Operaciones y volamos sobre Caracas.
A
riesgo de parecer cursi, fue el desfile que más sentí. Pueden preguntarle al
entonces coronel Arturo García, a los capitanes Helímenas Labarca Soto,
Guillermo Beltrán Vielma, para los que me crean exagerado, lo difícil que es
volar pegado en un plano, llorando con la máscara de oxígeno puesta. Le pueden
preguntar a los entonces Generales Antonio María Conde Casadiego, José
Francisco Rodríguez Velázquez o a Gustavo León Campos, si esto es desmedido.
Aunque sé que para los entonces tenientes
coroneles Clinio Rodríguez Obelmejías y para Yuhnny Rojas Chirinos fue mucho peor,
el primero por tener que volar sin casco, sin visor y sin máscara de oxígeno,
el segundo, con casco y visor, pero ambos con la tremenda desventaja de tener
al sentado al lado, de copiloto, a un
nuevo.
También
sé que derramaron una o muchas lágrimas, compañeros que estaban presos en
Caracas, cuando oyeron las turbinas sobrevolar Caracas, Maracay, Barquisimeto y
Palo Negro. Lloraron las esposas de los presos y sus hijos y los hijos y las
esposas de los que volaban silenciosos ese día, también suspiraron viendo los
aviones en el cielo. El silencio de radio envolvió una ejecución perfecta.
Sentida y conmovedora.
La
moraleja puede ser que Dios nos bendiga a todos y nos ilumine para encontrar
soluciones a todo como hermanos, sin violencia y dentro de lo civilizado y lo
amoroso como debe reinar entre hermanos.
Qué jamás seamos nosotros otra
vez, los “estólidos”, a los que se refiere nuestro himno.
Hago votos
por la reconciliación y dejar que el tiempo sea quien dé su veredicto, pero
mientras ese mismo tiempo pasa, hay que seguir luchando por una Venezuela mejor
y disfrutar del cariño y compañía de nuestros compañeros y no malgastar ni un
segundo que podamos pasar con la gente que nos quiere y que también queremos.
Al fin
escribí algo, y todo esto está dedicado muy especialmente a la memoria de la
señorita María Fernanda, la amadísima hija de nuestra muy admirada compañera
Milagro Coromoto Vargas Lozano, quien nos ayudase tanto en el G-16 por tan
largo tiempo.
Para nosotros ese 10 de diciembre de 1992 fue
amargo, para ella serán agridulces, todos los 10 de diciembre por siempre. Para
ella. Por eso, le pedimos al Altísimo,
todo el consuelo.
Martín Lon Blanco
Caracas, 10 de diciembre
de 2014.
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