miércoles, 10 de diciembre de 2014

10 de diciembre de 1992.



10 DE DICIEMBRE DE 1992.






                Desde temprano empecé a recibir mensajes de amantes de la aviación, para saber que tenía que decir hoy.
                Tuve que apagar el teléfono para presentar un examen y después no encendió.
                Traté de dormir una siesta y me llamaron otra vez.
                No tenía idea de la responsabilidad que tomé con el blog, ante la conminación bien intencionada de mi amigo Bernardo Jurado, quien como su padre, quien hiciese el curso de Estado Mayor en la Escuela Superior de Fuerza Aérea, ha sido un amante consecuente de la Aviación a pesar de ambos mantenerse casados con una amante que siempre tuve: la Armada de Venezuela.
                Me provocó no escribir nada, pero era permitir que el peso de los años ejerciera su excesiva presión sobre el espíritu y no sólo el mío, sino de aquellos que por tantos años, han compartido por tanto tiempo mis sentimientos.
                Revisando unos papeles, arrastrando los pies para no hacer nada, me encontré con unas “obras de arte” militar, que se salvaron junto con las carreras de quienes las hacían por una orden directa de un gran comandante de grupo bajo me cupo  el inmenso honor de servir: Tucán. General Pedro Antonio Pereira Olivares. Quien me prohibió destruirlas ni arrestar al entonces ST2 Adán Suárez “El Evangélico”, o de mi controlador de tiempo y auxiliar de operaciones: Manitú.
                Esa caricatura se hizo en la última práctica antes del 27 de noviembre de 1992.
                Debo aclarar que nunca fui amigo de los desfiles aéreos, consideraba que eran un gasto considerable de recursos, tiempo y esfuerzos, lo mismo que los desfiles del 5 de julio. Prefería gastar todo eso en entrenamiento más real o en acciones cívicas, sobre todo en la misiones del sur.
                Pero como “al que no le gusta el caldo, Dios le da dos tasos”, a lo largo de mi carrera, fui Jefe de Operaciones de esos desfiles y jefe de Estado Mayor de los mismos, muchas veces, tantas que me es más fácil recordar qué años no.
                En esa oportunidad,  el Jefe de Estado Mayor era el Coronel Arturo García y el suscrito, jefe de Operaciones. La caricatura que presento puede ser que la haya hecho el entonces Tcnel Marcos Figarella Ehlers, sino fueron los subalternos antes nombrados,  amigo que siempre me retrató desde el Curso Táctico, donde tuve el honor de cursarlo con él.
                Ese 10 de diciembre no se voló en Maracay, como se tenía planeado, hubo que hacer otra Orden de Operaciones y volamos sobre Caracas.
                A riesgo de parecer cursi, fue el desfile que más sentí. Pueden preguntarle al entonces coronel Arturo García, a los capitanes Helímenas Labarca Soto, Guillermo Beltrán Vielma, para los que me crean exagerado, lo difícil que es volar pegado en un plano, llorando con la máscara de oxígeno puesta. Le pueden preguntar a los entonces Generales Antonio María Conde Casadiego, José Francisco Rodríguez Velázquez o a Gustavo León Campos, si esto es desmedido. Aunque sé que  para los entonces tenientes coroneles Clinio Rodríguez Obelmejías y para Yuhnny Rojas Chirinos fue mucho peor, el primero por tener que volar sin casco, sin visor y sin máscara de oxígeno, el segundo, con casco y visor, pero ambos con la tremenda desventaja de tener al sentado al lado, de copiloto,  a un nuevo.         
                También sé que derramaron una o muchas lágrimas, compañeros que estaban presos en Caracas, cuando oyeron las turbinas sobrevolar Caracas, Maracay, Barquisimeto y Palo Negro. Lloraron las esposas de los presos y sus hijos y los hijos y las esposas de los que volaban silenciosos ese día, también suspiraron viendo los aviones en el cielo. El silencio de radio envolvió una ejecución perfecta. Sentida y conmovedora.
                La moraleja puede ser que Dios nos bendiga a todos y nos ilumine para encontrar soluciones a todo como hermanos, sin violencia y dentro de lo civilizado y lo amoroso como debe reinar entre hermanos.
Qué jamás seamos nosotros otra vez, los “estólidos”, a los que se refiere nuestro himno.
                Hago votos por la reconciliación y dejar que el tiempo sea quien dé su veredicto, pero mientras ese mismo tiempo pasa, hay que seguir luchando por una Venezuela mejor y disfrutar del cariño y compañía de nuestros compañeros y no malgastar ni un segundo que podamos pasar con la gente que nos quiere y que también queremos.
                Al fin escribí algo, y todo esto está dedicado muy especialmente a la memoria de la señorita María Fernanda, la amadísima hija de nuestra muy admirada compañera Milagro Coromoto Vargas Lozano, quien nos ayudase tanto en el G-16 por tan largo tiempo.
 Para nosotros ese 10 de diciembre de 1992 fue amargo, para ella serán agridulces, todos los 10 de diciembre por siempre. Para ella. Por eso, le  pedimos al Altísimo, todo el consuelo.
               

Martín Lon Blanco

Caracas, 10 de diciembre de 2014.

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