黙殺
MOKUSATSU:
PARA LOS LIGEROS DE LENGUA PARA HABLAR DE GUERRA.
PARTE I.
He guardado silencio por algún tiempo para no contribuir con
la inestabilidad que producen aquellos cuya lengua se alebresta para hablar de
guerra. No ha sido cuestión de falta de inspiración sino exceso de precaución y
mesura.
Por lo general, el tipo de persona que habla así, no la
conoce (la guerra) y mucho menos está preparada para ella. Esos son la gran
mayoría.
Otros con experiencia,
quedan con heridas tan grandes de la personalidad que sólo viven para
venganzas.
Los dos tipos son la antítesis del verdadero militar, quien
sabe lo que la guerra es, lo que cuesta en dolor y sacrificio.
Hay formas definidas y conceptualizadas para saturar
cualquier sistema: Aumentar la variedad de la información que es capaz de
manejar, aumentar la velocidad de la información, alimentarlo con información
falsa y por supuesto, negarle la información.
No seré yo quien promueva guerras que yo mismo no vaya a pelear, mucho
menos, promover estupideces para que mueran otros o los más jóvenes, es decir,
nuestros hijos o los que lo pudieran serlo.
Marte o Ares, no es el dios de la guerra, Tor tampoco. Son
los dioses de la incertidumbre, del dolor y de las consecuencias no previstas.
En el caso venezolano, se idealiza las guerras civiles como
gran cosa, sin saber ni entender qué las produjo, ni cuáles fueron sus
consecuencias, que se siguen pagando hoy en día.
¿Por qué no dicen cuál era la población de España cuando
dominó el mundo?
Porque los países a
los que se les endilga la satanización de imperialistas tenían muchos menos
habitantes que Caracas y Maracaibo hoy, y que con ese número de gente no se
puede ni hacer papel higiénico ni la mayoría de las cosas que escasean en la
Venezuela actual. Enfrentémoslo: las guerras en Venezuela, menos las de los
sesenta y setenta del siglo XX, fueron guerras de mendigos. En el fondo, sólo
sirvieron para crear una mitología y se sacrificó la verdad en aras de disponer
de un mito fundacional que compartieran tres culturas diferentes, que a falta
de cosas buenas en común que podrían
haber hecho y que pueden hacer todavía, se aferran a una fábula que quieren
hacer propia. También comparten el estrés postraumático consecuencia de esas
conflagraciones.
No es mi afán, denostar o disminuir la cultura de otros
pueblos, ni siquiera aquellos, que altamente educados, banalizaron el mal y
produjeron los crímenes más abyectos registrados.
No dudo que los asirios, babilonios, turcos o mogoles hayan
hecho lo mismo o cosas aún peores, no. Pero no había forma como registrar tal
grado de deshumanización ni pruebas visuales de tales eventos. Tampoco
considero que las generaciones actuales sean “culpables” de esos actos de
barbarie, pero sí son “responsables” de su cultura pasada y que la presente no
reincida en tal horror.
El problema de los mitos fundacionales usados con fines
políticos es que esconden la verdad y la sustituyen por propaganda para
justificar al régimen que así los esgrime: los errores alemanes de la I y II
guerra Mundial, deben buscarse donde están: en la Kulturekampf de Bismarck.
El caso del Japón es peor aún. Los militaristas nipones
inventaron el “Sumeru Mikuni”, una cosa
tan estúpida y sin sentido que se esconde como una mácula sifilítica aún hoy en
día, con la anuencia de los vencedores de la II Guerra Mundial, quienes se
hicieron y se hacen los locos, para esconder al verdadero causante de todos los
crímenes que el imperio del sol naciente cometió en China y en todo el
Pacífico. El responsable de todo eso, fue “Sobreseído” y conservado en el poder
por ellos. El mito era que los japoneses venían de los sumerios y por eso
debían llevar la revolución de la luz a China y Corea y el resto del
subcontinente asiático y lo hacían por el bien de esos “hermanos” inferiores.
Por supuesto, eso requería que se reconociese y sus propios
ciudadanos creyesen que eran la “raza superior”. Los pueblos escogidos por los
dioses o el destino para regir el mundo. Nada de moral, ni de ejemplo, ni nada de eso, sólo para mandar y sojuzgar.
Urvolk y Sumeru Mikuni.
El punto a resaltar es que la Alemania y el Japón ya sabían
que habían perdido la guerra mucho tiempo antes de 1945, pero seguían peleando.
¿Por qué? Porque los propagandistas se habían creído sus propios embustes.
Estaban en la peor de las situaciones como les pasa a los tahúres: se les acabó
la plata, pero han perdido tanto, que no se pueden retirar ni pararse de la
mesa.
Ya llegué a la setecientas palabras. Mañana si el Creador
así lo permite va la parte II.
Martín Guillermo Lon
Blanco.
Caracas, 23 de abril de
2015.