Vuelta a las aulas.
Es una prueba de esperanza y de fe regresar a la universidad
frisando los sesenta años.
Un querido y admirado
compañero, me ha hecho “pararme en la puerta”, una vez más. La confianza en él
y su equipo, como “maestros de salto”,
en su equivalente de estas edades, lugares y circunstancias, me dan el vigor y el optimismo que ciertas
dolencias y ruidos en las articulaciones, propios del tiempo vivido, han mermado.
Otra vez me he maravillado de los compatriotas y
conciudadanos que tengo. Los doctores que con su conocimiento y experiencia,
nos guían y la de los compañeros que aspiran algo más o menos similar, para
aportarlo a Venezuela.
Muchas de las cosas que nos duelen y horrorizan como país, no lo harían tanto, si tan sólo los hubiesen
dejado poner en práctica lo que saben, a los que saben.
En la primera clase, entre tantas cosas importantes, me
hicieron recordar y repensar las figuras tristes de tres vidas que
probablemente no sirvieron para mucho, pero cuyas muertes fueron el negocio
publicitario para gentes mucho peores que ellos.
Ellos fueron Horst Wessel, Pavlik Morozov y José Ruíz de la
Hermosa.
Estos fueron “mártires”, de los extremos ideológicos, tanto del Fascismo, como del Comunismo.
¿Por qué las muertes de ellos se glorificaron y se buscó
inmortalizarlos y convertirlos en leyenda?
Tal vez por lo que un “borrado de la historia”, como León Trotsky
llamó “los dos hermanos gemelos”. Los extremos ideológicos de la incertidumbre
de la Gran Depresión y de la consolidación de la Revolución Industrial.
Tal vez sirvan como amago de explicación, las remembranzas de las Tierras Altas de
Escocia, donde en el gaélico antiguo se acuñó la palabra “sluagh-ghairm”,
que en inglés se convirtió en “slogorn”, que significa Grito (ghairm) y
ejército (sluagh), o grito de guerra.
Se decía también que tenía otra connotación y era que en
la mañanas y tardes brumosas cuando la niebla no dejaba ver nada y coincidía
con la fecha de alguna batalla, se oían los gritos de los guerreros de los
clanes muertos y aterraban a quienes tenían la mala suerte de escucharlos.
¿Cómo una palabra de origen tan funesto y de un idioma
tan modesto se convirtió en la herramienta de los fatídicos hermanos gemelos
que chocaron en la II Guerra Mundial y en la palabra clave del consumismo y de
la ideologización, simultáneamente?
¿Por qué la jerigonza de soldados muertos desde hace
tanto tiempo, sigue viviendo hoy, en los tiempos modernos?
¿Cómo convertir en un símbolo hasta la vida de personas
normales y hasta mediocres, en arquetipos y modelos a seguir e imitar?
¿Cómo hacer de la muerte un negocio político, militar y
comercial, que obligue a los vivos, dejarse gobernar por los muertos?
Bueno, esa respuesta y las respuestas a un millón de
preguntas más, es lo que vine a buscar y he empezado a encontrar, además de
poder aportar lo que humildemente se pueda, en esta universidad nuestra, en
estos tiempos nuestros.
Lo que sí puedo decir es que tanto las personas que
aprenden como las que enseñan, lo hacen para la vida y por ella, pensando en la
nación y en todos y cada uno de sus integrantes y eso me hace sentir muy bien,
aún con las vientos que soplan. Aquí no se busca hacer una carrera sobre la
memoria buena, regular o mala de cualquier muerto.
Para no caer en disquisiciones semánticas, entre billones
y millardos, para hoy, hay 7.400.000.000
personas vivas en nuestro planeta, pero desde 8.000 años antes de la Era Común hasta hoy,
han nacido aproximadamente 107,602,707,791, a las que hay que restar los
que aún tenemos la gracia y la suerte de respirar.
No sería educado nombrar a las personas que me llevan a
estas reflexiones, el pudor, el respeto y el recato no lo recomiendan ni permiten,
pero sí: “¡Gracias!”, de una vez. Gracias por hacerme recordar la respuesta de
Yudistira, de la que dependía la vuelta a la vida de sus hermanos que un
rakshasha o demonio había matado y le
hacía los más difíciles acertijos y que se conocen como las “Preguntas del
estanque”:
¿Quiénes son más: los muertos o los vivos?
A lo que el hijo del dios de Dharma le contestó.
Los vivos, porque
los muertos ya no son.
Los hermanos pandavas, que estaban muertos, resucitaron.
Sin slogans. Esos los dejaron para la batalla de Kurusetra.
Martín Guillermo Lon
Blanco.
Caracas, 19 de mayo
de 2015.