MI CUENTO SIN CUENTOS DE NAVIDAD PARTE II.
El general Rivera Fernández me invitó a almorzar con el
oficial piloto de alerta que entregaba que era mi compañero y hermano, Wilmar
Castro Soteldo. A todas estas, el T-2D era reabastecido de combustible y
oxígeno por jefes de máquina de los OV-10, con experiencia en el avión, que por
ser ambos, de la Marina de los EEUU, tenían sistemas y procedimientos
compatibles.
No habíamos llegado al postre cuando llegaron los familiares
del niño con la insulina. Los médicos habían dicho que esa no era. El general
Rivera y Castro se comunicaron con BASUCRE, para que fueran adelantando cuál
era el tipo de insulina apropiada y pasaron las especificaciones médicas.
Amarré el cajón atrás y rumbo Este otra vez. Llegué de
vuelta a Maracaibo entregué el nuevo paquete. El general Rivera me dijo que
esperara hasta que los médicos le pusieran la medicina al niño para que me
fuera tranquilo y yo de verdad, cumplida la misión, me quería ir.
Esa no era la insulina correcta, otro error o no sé qué, se
le tenía que haber puesto la primera. Los
médicos, tal vez por querer hacerlo bien, a lo mejor habían incurrido en los procedimientos de los
doctores que iban a operar a Tío Tigre y ahora, aunque la historia no parezca
corta, había que volverla a empezar otra vez. Para atrás, a traer de nuevo la insulina de la primera
salida.
Aterrizo en BASUCRE, me reaprovisionan, me bajo y chequeo
que fuera la insulina solicitada y me encuentro al Mayor Juan Antonio Paredes
Niño, quien llenaba un plan vuelo de una avioneta bimotor donde viajaba con su
esposa a Barquisimeto. Ya el tiempo estaba peor, pero en altura estaba muy mal.
Él escuchó el porqué de ese vuelo ese día y le expliqué. Me dijo que él iba a
despegar primero y me iba a ir pasando información meteorológica de la ruta
hasta Barquisimeto, cosa que agradecí, ya que no lo conocía aunque había oído
hablar de él, y así se hizo.
El clima era una porquería, nublado y turbulento, el mayor
Paredes me daba indicaciones por donde “cachicamear” mejor. Lo cierto es que me
siguió dando información hasta que vi el lago de Maracaibo. Me dieron vectores
para final, aterricé, recogieron la insulina. Me estaban esperando el General y
Castro.
Empezó a llover. Una tormenta con rayos y truenos, lo que significaba
que mi regreso de incierto, había pasado
a ser imposible.
Llegó la información del hospital, el niño había salido de
peligro, estaba estable y la familia estaba muy agradecida y feliz. Castro
Soteldo me prestó su ropa de civil para que pasáramos la navidad en su casa con
su esposa. No recuerdo bien si ya había nacido su primer hijo o Gilda estaba
por tenerlo. El General me invitó a su casa, pero aunque se lo agradecí, le
informé que ya estaba de acuerdo con mi compañero.
Fue una gran noche de navidad, no estoy seguro si éramos
tres personas o tres personas más un bebé, sin embargo, los ajetreos del día
con su final feliz lo hacían maravilloso. Sólo podía ser mejor si mi hijo recién
nacido estuviese conmigo allí.
Al día siguiente, me puse mi braga y mis botas, desayuné,
hice el plan de vuelo. Realicé la inspección exterior y me despedí de Wilmar y
Gilda, después de agradecerles por esa noche de navidad. Llegó el General
Rivera Fernández. Lo saludé pero esta vez me quite el guante. Él respondió con
un abrazo que yo medio respondí después de meterme la cordillera andina en los
bolsillos de las pantorrillas del traje anti-g. Había visto una de las partes
más nobles de su alma y yo era un hombre con un hijo, que no podía ser víctima
del falso orgullo ni de ningún resentimiento de una época que había quedado
atrás, quizás esas partes siempre estuvieron allí y la inmadurez de cadete no
me dejó ver.
Allí me di cuenta que el mayor Paredes me había seguido
ayudando, mucho más allá de Barquisimeto, nunca le di las gracias, se las doy
ahora y comprendí que más que de los aviones, el verdadero poder de la FAV eran
sus hombres: había visto a generales, controladores de vuelo, jefes de máquina,
radaristas, reaprovisionadores, pilotos, choferes, todos juntos haciendo un
esfuerzo por un niño que no conocíamos ni era necesario que lo conociéramos,
esto había sido más que una misión “cumplida”, nada mal para unos hombres en
quienes la nación había invertido grandes recursos para lanzar bombas, misiles
y cañonazos.
Vi la tremenda dimensión de los compañeros de transporte y
helicópteros, quienes hacen rutinariamente el bien sin mirar a quien.
Es un consuelo y una lástima a la vez, que no hayamos
entendido en Venezuela que lo importante de la economía es la transacción. Y
que las transacciones son buenas para hacer un gran país cuando son precedidas
por otras interacciones, donde pagamos diciendo “gracias” o con un apretón de
manos y nos dan el vuelto de un “no por favor, por nada”. Hemos dejado que la
llamada carrera de ratas, nos haya movido el centro de gravedad del corazón a
la cartera y no nos demos cuenta que los grandes países son los que cumplen y
hacen bellos los cuentos de Dickens no sólo la navidad, sino la mayoría de los
días del año.
Por no dejarnos “embromar” por los “vivos”, hemos dejado de
disfrutar de hacerle un bien o una cortesía a los “bobos buenos”, que gracias a
Dios, somos la verdadera mayoría, sean rojos, blancos y que combinados lucían
tan bien en mi T-2D.
Ese avioncito, pintado de esos colores, estoy seguro, que no
lo olvidaron nunca, ni ese papá, ni esa mamá, y jamás y nunca ese abuelo. Ojalá
que el niño que ya debe ser un hombre, lo sea de bien. El hombre debajo de la
máscara de oxígeno y dentro del casco, no importa, ni el modelo de avión
tampoco, sino la alineación para el bien
de la intención y de la acción.
No es entonces la fecha, sino la ocasión de hacer el bien y
compartir con amor, lo que a bien nos haya dado nuestro Dios. Tal vez esa sea
la lección más importante que debemos agradecerle por siempre a Ebenezer
Scrooge.
¡Te concedo la victoria Charles Dickens!!!! Sin embargo, celebro
mi derrota literaria, porque me encantó volar contigo, esta misión.
Sabía que mi familia, la había pasado bien pero que me
esperaba y yo tenía la expectación más grande hasta la fecha, la alegría de que
dentro de poco, muy poco, iba a estar cargando a mi “Tatico”, con la confianza,
de que si alguna vez necesitaba algo, siempre habría un hombre de azul o un
equipo de estos hombres, dispuestos a lo que sea por cualquier niño, en esta
Venezuela y más allá también. Ya faltaba menos para tener a mi “Tato” conmigo y
abrazarlo y levantarlo y decirle aunque no me entendiera:
¡Feliz primera Navidad Martín David Lon !!!!!!!!!
Martín Lon Blanco.
Caracas, 23 de diciembre
de 2014
P.S. En honor de la bendita memoria del General Arturo
Rivera Fernández (RIP).
Excelente testimonio. Enriquecedor, son esos momentos sublimes que hacen a quienes portamos el uniforme azul pizarra, nos sentamos orgullosos.
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