martes, 23 de diciembre de 2014

MI CUENTO SIN CUENTOS DE NAVIDAD PARTE II.



MI CUENTO SIN CUENTOS DE NAVIDAD PARTE II.




El general Rivera Fernández me invitó a almorzar con el oficial piloto de alerta que entregaba que era mi compañero y hermano, Wilmar Castro Soteldo. A todas estas, el T-2D era reabastecido de combustible y oxígeno por jefes de máquina de los OV-10, con experiencia en el avión, que por ser ambos, de la Marina de los EEUU, tenían sistemas y procedimientos compatibles.
No habíamos llegado al postre cuando llegaron los familiares del niño con la insulina. Los médicos habían dicho que esa no era. El general Rivera y Castro se comunicaron con BASUCRE, para que fueran adelantando cuál era el tipo de insulina apropiada y pasaron las especificaciones médicas.

Amarré el cajón atrás y rumbo Este otra vez. Llegué de vuelta a Maracaibo entregué el nuevo paquete. El general Rivera me dijo que esperara hasta que los médicos le pusieran la medicina al niño para que me fuera tranquilo y yo de verdad, cumplida la misión, me quería ir.
Esa no era la insulina correcta, otro error o no sé qué, se le tenía que haber puesto  la primera. Los médicos, tal vez por querer hacerlo bien, a lo mejor  habían incurrido en los procedimientos de los doctores que iban a operar a Tío Tigre y ahora, aunque la historia no parezca corta, había que volverla a empezar otra vez. Para atrás,  a traer de nuevo la insulina de la primera salida.
Aterrizo en BASUCRE, me reaprovisionan, me bajo y chequeo que fuera la insulina solicitada y me encuentro al Mayor Juan Antonio Paredes Niño, quien llenaba un plan vuelo de una avioneta bimotor donde viajaba con su esposa a Barquisimeto. Ya el tiempo estaba peor, pero en altura estaba muy mal. Él escuchó el porqué de ese vuelo ese día y le expliqué. Me dijo que él iba a despegar primero y me iba a ir pasando información meteorológica de la ruta hasta Barquisimeto, cosa que agradecí, ya que no lo conocía aunque había oído hablar de él, y así se hizo.
El clima era una porquería, nublado y turbulento, el mayor Paredes me daba indicaciones por donde “cachicamear” mejor. Lo cierto es que me siguió dando información hasta que vi el lago de Maracaibo. Me dieron vectores para final, aterricé, recogieron la insulina. Me estaban esperando el General y Castro.
Empezó a llover. Una tormenta con rayos y truenos, lo que significaba que mi regreso de  incierto, había pasado a ser imposible.
Llegó la información del hospital, el niño había salido de peligro, estaba estable y la familia estaba muy agradecida y feliz. Castro Soteldo me prestó su ropa de civil para que pasáramos la navidad en su casa con su esposa. No recuerdo bien si ya había nacido su primer hijo o Gilda estaba por tenerlo. El General me invitó a su casa, pero aunque se lo agradecí, le informé que ya estaba de acuerdo con mi compañero.
Fue una gran noche de navidad, no estoy seguro si éramos tres personas o tres personas más un bebé, sin embargo, los ajetreos del día con su final feliz lo hacían maravilloso. Sólo podía ser mejor si mi hijo recién nacido estuviese conmigo allí.
Al día siguiente, me puse mi braga y mis botas, desayuné, hice el plan de vuelo. Realicé la inspección exterior y me despedí de Wilmar y Gilda, después de agradecerles por esa noche de navidad. Llegó el General Rivera Fernández. Lo saludé pero esta vez me quite el guante. Él respondió con un abrazo que yo medio respondí después de meterme la cordillera andina en los bolsillos de las pantorrillas del traje anti-g. Había visto una de las partes más nobles de su alma y yo era un hombre con un hijo, que no podía ser víctima del falso orgullo ni de ningún resentimiento de una época que había quedado atrás, quizás esas partes siempre estuvieron allí y la inmadurez de cadete no me dejó ver.
Allí me di cuenta que el mayor Paredes me había seguido ayudando, mucho más allá de Barquisimeto, nunca le di las gracias, se las doy ahora y comprendí que más que de los aviones, el verdadero poder de la FAV eran sus hombres: había visto a generales, controladores de vuelo, jefes de máquina, radaristas, reaprovisionadores, pilotos, choferes, todos juntos haciendo un esfuerzo por un niño que no conocíamos ni era necesario que lo conociéramos, esto había sido más que una misión “cumplida”, nada mal para unos hombres en quienes la nación había invertido grandes recursos para lanzar bombas, misiles y cañonazos.
Vi la tremenda dimensión de los compañeros de transporte y helicópteros, quienes hacen rutinariamente el bien sin mirar a quien.
Es un consuelo y una lástima a la vez, que no hayamos entendido en Venezuela que lo importante de la economía es la transacción. Y que las transacciones son buenas para hacer un gran país cuando son precedidas por otras interacciones, donde pagamos diciendo “gracias” o con un apretón de manos y nos dan el vuelto de un “no por favor, por nada”. Hemos dejado que la llamada carrera de ratas, nos haya movido el centro de gravedad del corazón a la cartera y no nos demos cuenta que los grandes países son los que cumplen y hacen bellos los cuentos de Dickens no sólo la navidad, sino la mayoría de los días del año.
Por no dejarnos “embromar” por los “vivos”, hemos dejado de disfrutar de hacerle un bien o una cortesía a los “bobos buenos”, que gracias a Dios, somos la verdadera mayoría, sean rojos, blancos y que combinados lucían tan bien en mi T-2D.
Ese avioncito, pintado de esos colores, estoy seguro, que no lo olvidaron nunca, ni ese papá, ni esa mamá, y jamás y nunca ese abuelo. Ojalá que el niño que ya debe ser un hombre, lo sea de bien. El hombre debajo de la máscara de oxígeno y dentro del casco, no importa, ni el modelo de avión tampoco,  sino la alineación para el bien de la intención y de la acción.
No es entonces la fecha, sino la ocasión de hacer el bien y compartir con amor, lo que a bien nos haya dado nuestro Dios. Tal vez esa sea la lección más importante que debemos agradecerle por siempre a Ebenezer Scrooge.
¡Te concedo la victoria Charles Dickens!!!! Sin embargo, celebro mi derrota literaria, porque me encantó volar contigo, esta misión.
Sabía que mi familia, la había pasado bien pero que me esperaba y yo tenía la expectación más grande hasta la fecha, la alegría de que dentro de poco, muy poco, iba a estar cargando a mi “Tatico”, con la confianza, de que si alguna vez necesitaba algo, siempre habría un hombre de azul o un equipo de estos hombres, dispuestos a lo que sea por cualquier niño, en esta Venezuela y más allá también. Ya faltaba menos para tener a mi “Tato” conmigo y abrazarlo y levantarlo y decirle aunque no me entendiera:
¡Feliz primera Navidad Martín David Lon !!!!!!!!!





Martín Lon Blanco.

Caracas, 23 de diciembre de 2014
P.S. En honor de la bendita memoria del General Arturo Rivera Fernández (RIP).



1 comentario:

  1. Excelente testimonio. Enriquecedor, son esos momentos sublimes que hacen a quienes portamos el uniforme azul pizarra, nos sentamos orgullosos.

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