lunes, 16 de abril de 2018

Ethos: Vicealmirante Julio Chacón Hernández.

ARROGANCIA EN UNA ORGANIZACIÓN


ARROGANCIA EN UNA ORGANIZACIÓN
Por el: VA Julio Chacon Hernandez
 
"Cierto es que los que se acercan a la carrera del marino son atraídos temprano o tarde para formar parte de la tripulación de un buque de guerra. Tomar el camino hacia un servicio ajeno, se convierte en una perturbación propia y trastorno para la organización. Agrego, constituye un despilfarro de recursos, destinar horas de los enseñantes y materiales a individuos que, en el ejercicio de otra especialidad, no aplicarán esos aportes concedidos para permanecer en la flota. En el continente se realizó la última operación anfibia -Operación Rosario- con proyección del Poder Naval, en las Islas Malvinas, el año 1982. Argentina con exigencia estratégica en sus intereses nacionales por territorio en ultramar, argumenta los recursos humanos y financieros aplicados en la obtención de ese propósito. Otros países con limitaciones presupuestarias y sin metas estratégicas similares, están obligados al examen de su organismo y redimensionar sus requerimientos, para sincerar los gastos en personal y material a ser empleados en las hipótesis de guerra reales a enfrentar. Con ello justificar la permanencia o no de la especialidad infantería de marina, en la formación de sus oficiales en la escuela naval, o incorporarlos desde otra fuente de formación militar.
            Oso aseverar; solo los tripulantes de los buques pueden tener el privilegio de portar el uniforme blanco. Así, desaparecerían los disfrazados con ese color que, pocas veces han recorrido sus cubiertas, y frecuentemente abarrotados de cintas y medallas de cuestionables méritos, tienen anodina valía. En esa hipocresía y permisividad de la organización, proliferan los farsantes que minan la propiedad del mundo marino o naval. Una mofa, un individuo ataviado con el uniforme blanco; sin haber navegado, sin habilidad en natación, ni valor para arrojarse, desde un trampolín de diez metros de altura -francobordo promedio en destructores y fragatas- al mar; siempre potencial exigencia por calamidad en la nave."

 "En sociedades reptantes, otras marinas abandonan lo más preciado, su tradición universal histórica marinera, y se disfrazan con indumentos verdes, color marrón o aditamentos rojo."
            "Satisfecho el tiempo establecido y merecimientos, ascendí al grado de contralmirante y a los dos años a vicealmirante; en ese tramo final de mi carrera naval ocupé, consecutivamente, cargos anhelados por todo oficial de la flota; al visitar la galería de lienzos en las sedes de esos destinos, destaco fui uno de esos pocos afortunados en transitarlos; director de la escuela naval, jefe del estado mayor naval y comandante general de la armada.

Finalizar la carrera de esa manera es gratificante. Pero -en mi opinión- alcanzar esas posiciones por demás honorables, sin el privilegio del comando de un buque de guerra, me hubiese dejado un sabor amargo en la trayectoria, y creo además no tiene vinculación natural con esas funciones, quien las ejerza, sin la experiencia marinera proveniente del azote del mar. Pretender liderar una marina de guerra, sin haber navegado y embarcado en sus buques, lo convierte simplemente en usurpador, un mamarracho.
El nombramiento para ejercer el cargo de comandante de un buque y comandante de la armada, son promulgados en resolución firmada por el ministro de la defensa; la patente de navegación otorgada al comandante de una unidad de guerra va firmada por el presidente de la nación cuya bandera flamea. Tiene especial connotación.

            El comandante de un buque de guerra otea la educación y salud de sus hombres, a la par del mantenimiento de su nave. Asegura su dotación esté entrenada y lista para la guerra; que la plataforma tenga alistamiento del material para surcar las aguas del mar. Aquel que desgasta la tripulación y la maquinaria para presentar horas de navegación y millas recorridas, sin dar descanso y relevo al personal, ni mantenimiento a los equipos, durante su permanencia en el cargo; deja a quien le recibe el mando precariedad operacional, y demuestra ausencia de ética y moral para la conducción. Constituyen, junto con aquellos que evaden el servicio a bordo, otro desatino de la organización naval.

 Los buques de guerra son bautizados, incorporados a la flota y se les afirma el pabellón nacional, y al final de su vida útil son desincorporados, con el correspondiente arriado de la oriflama, y se envían a lo que algunos intitulan “flota muerta”, para ulterior desguace. En instituciones ajustadas y respetuosas de la doctrina naval y en consecuencia de la tradición, existen programas para estructurar la flota; incluye la incorporación y desincorporación de sus unidades flotantes. Aplican el mismo rigor a los dos acontecimientos, festejan el bautizo de un buque, celebran el servicio cumplido por otro."

            "Comprendamos que la quintaesencia de la marina de guerra está en sus buques, todo lo demás se integra para apoyar, y crecer alrededor de su existencia. Insisto, la marina de guerra inicia y finaliza en sus buques para el combate. Entenderlo, evitará su desaparición."

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