jueves, 11 de agosto de 2016

Bailando al borde del precipicio. ¿Cómo conjurar una guerra civil? En doce pasos. Parte I



Bailando  al borde del precipicio.
¿Cómo conjurar una guerra civil? En doce pasos.


Parte I

A perro que no conozco, no le jurungo el rabo.
Dicho venezolano.

¿Conocerán  el presidente constitucional de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro Moros, y el Gobernador Constitucional del Estado Bolivariano de Miranda, Henrique Capriles Radonsky, los profundos arcanos militares de la guerra civil?
¿Entenderán el alma de los venezolanos de los dos bandos con la profundidad suficiente, que se puede caer en una espiral de violencia verbal, fuera de todo control, que preceda a la violencia física que antecede a la lucha con violencia armada?
¿Tendrán los excandidatos el temple suficiente para comandar a la Fuerza Armada Nacional, en paz y al servicio del país, sin dividirla ni usarla en detrimento de la otra mitad del país, a la que adversan?
 ¿Entenderemos que tenemos que aportar todos  para evitar una escalada que embarrene y estrelle al país?
Probablemente algo. Pero no tanto como lo conocía el finado Presidente, Tcnel (f) Hugo Rafael Chávez Frías. Que en la paz  descanse y cuyo vacío parece que ambos bandos son insuficientes de  llenar y a cambio aportan animosidad, desconfianza y amenazas de escalamiento.
 No se ven ni se escuchan intentos de  acciones cooperativas que ayuden a solventar los males que afectan a ambas polaridades y que son, en definitiva, los vasos comunicantes donde ambas visiones del mundo, la chavista y la oposicionista pueden, sin ningún detrimento político, cooperar, acordar y ejecutar en el beneficio general de la nación y donde no se arriesgan a perder capital político y sí  a ganarlo ambos.
Estas cosas, que unen a los dos bandos,  son por supuesto, los problemas y las necesidades: la electricidad, la inseguridad, la ineficiencia judicial en sus áreas principales: policial, judicial y carcelaria, en sus dos polaridades: prevención y corrección (Dios quisiera también,  que en redención),  la infraestructura, la salud y la educación. Sin embargo, la sociedad venezolana está escindida en dos partes.
Una mitad, la de la oposición, formada mayoritariamente por personas,            con valores judeocristianos occidentales, es decir socio-racionales, que cree  que la sociedad debe regirse con una lógica occidental, que define la eficiencia de un sistema a nivel de resultados prácticos, que el éxito de un gobierno se mide por la relación objetivo-efectivo, cuya religión en mayor o menor grado, se basa en un Dios que oye y puede cambiar las cosas, que piensa que las causas producen los efectos y que hay leyes científicas universales, que parece entender el azar y la incertidumbre con mayor tranquilidad, que está urbanizada desde hace tiempo, que pone (al menos teórica y parcialmente) al individuo sobre el grupo, que está monetarizada y bancarizada desde varias generaciones, que conoce la propiedad privada como hecho natural, que tienen sus derechos animales cubiertos en gran medida (comida, ropa, abrigo, sanidad e identidad) y que sus referencias de progreso y metas deseables la constituyen los países más avanzados y exitosos, e interpretan que el progreso deseable para Venezuela, debe ir en esta dirección.
 La mayoría de estas personas, salieron de la otra mitad o de su equivalente en otros países, que han olvidado o no desean recordar cómo eran antes y bajo ningún concepto regresar a ese estado. Quieren emular e imitar a sus referencias de los países desarrollados y se quieren diferenciar de los que no tienen sus propios valores y sus propias aspiraciones. Fueron el cerebro del país y su órgano de dirección, hasta Chávez.
La otra mitad, formada mayoritariamente por personas, con valores no occidentales por origen étnico y por abandono social, de valores socio-emocionales-mágicos, que creen que la sociedad debe regirse por una lógica que responde más bien, a una pre-lógica, más de acuerdo con el grupo, al medio ambiente y las deidades, que el éxito del gobierno se mide preferentemente, por la relación objetivo-símbolo,  que consecuentemente, el éxito es simbólico más que concreto, que ese éxito depende de factores mágicos y telúricos, que valora (teóricamente, al grupo, sobre el individuo), que sus religiones son sincréticas, uniendo tradiciones arcaicas con las del Libro más el Marxismo. (Judaísmo, Cristianismo, Islamismo), usualmente producto de una evangelización defectuosa, donde el dios es otioso, lejano o dormido, por lo que los asuntos terrenales, corresponden a deidades intermedias y bajas, donde la causalidad depende de la suerte, de la magia, donde la suerte, buena o mala tiene un rol primordial, que hay leyes particulares para cada lugar, donde el azar y la incertidumbre siempre son malos, que vive en el medio rural o e barrios de urbanización defectuosa, donde de todas maneras rigen costumbres y modos de resolución de problemas rurales, que está monetarizada y bancarizada muy recientemente, que conoce de la propiedad privada defectuosamente porque no habían tenida nada, que sus derechos animales están cubiertos marginal o parcialmente (la lógica natural de la necesidad biológica) y que sus referencias de progreso se basan en relatos de gente con similares o peores experiencias.
Esta gente salió mayoritariamente de las culturas derrotadas y de elementos europeos caídos en desgracia. Quieren emular e imitar a aquellos venezolanos que lograron ser de la otra mitad, de la de abajo (usando la visual de los barrios en los cerros) y si no pueden, prefieren hacerlo de los de otros países que murieron en el intento o que por la fuerza lo lograron. Fueron las manos que construyeron  este país y su órgano seguidor, hasta Chávez.

Sirva esto de preámbulo para debemos atraer la atención del lector, que desde el punto de vista militar, no hay peor guerra que la civil. Lo peor, es que nadie cree que puede ocurrir, hasta que empieza. A veces por la más baladí o tonta de las razones, las  guerras civiles ni necesitan siquiera una Helena de Troya. Se precipita y ya. No siendo esto suficiente, nunca dura menos de lo que se pensó.
Cuando un país tiene un proceso de polarización o una alta conflictividad política pero la relación  de los bandos es de 70% a 30%, el riesgo de guerra civil es bajo. Cuando la polarización es de 60% a 40%, pueden haber situaciones incómodas y de alto riesgo, pero manejables policialmente y en los tribunales. Cuando la relación es 55% a 45%, la situación ya es peligrosa, cada bando quiere hacer gravitar para sus órbitas las fuerzas militares y como siempre habrá militares que no ascienden, cargos que no se alcanzan y no por falta de méritos sino de posiciones, habrá algunos que pueden salir fuera del orden y del gobierno legalmente establecido, cosa verdaderamente dañina para la nación como un  todo.
 Cuando la proporción es de 54% a 46% con el sempiterno intento de nuestra cultura y tradición latinoamericana de dividir a las FAN, hace a esta condición muy peligrosa; cuando se llega a 53% a 47% por el aumento de lo ya descrito, hace que la condición sea demasiado peligrosa; 52% a 48% peligrosísima con cambio de fase a la confrontación armada, muy volátil, casi instantánea. Cuando llegamos a 51% a 49% además de fatal es horrible, porque de allí, al 50% a 50% implica guerra civil de larga duración o prolongada.

Hasta aquí la primera parte.

Caracas, enero, febrero 2014.
 

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